Arte que brilla en Córdoba
Esculturas de Bastón Díaz, tintas de Kuitca, obras de Aizenberg y últimas adquisiciones del Museo Caraffa en arteBA se destacan entre las nuevas muestras del Caraffa.
Por: MARINA OYBIN
JUAN MELE.. Energy 7, 1986, acrílico sobre tela, 76 x 51 cm.
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Hay vernissage y fiesta. Estamos en el Museo Caraffa de Córdoba. Quienes lo pisen por primera vez, como esta cronista, descubrirán una perla de unos 5.000 metros cuadrados, que cumple con todos los parámetros museísticos establecidos para la óptima conservación del patrimonio. Es un espacio bien moderno, con sistema de iluminación computarizado, donde acaban de inaugurarse ocho muestras simultáneas de artistas consagrados y emergentes. Así, a lo grande, suelen hacerse las inauguraciones en el Caraffa. Hay champán y, claro, fernet con coca.
Desde la tarde hasta bien entrada la noche más de mil personas visitan las salas y pasean por los jardines, donde suena una banda de rock blusera. Tras escucharla, empiezo el recorrido.
Iluminado por la luz natural que avanza por la lucera original del edificio de 1916, Restos y encuentros en la ribera es la deslum- brante muestra del gran Bastón Díaz. Se trata de 16 bocetos que hizo para las esculturas monumentales de la plaza Rubén Darío, pegadita al MNBA. Allí, utilizó la friolera de 25 toneladas de acero.
Inspiradas en la inmigración que llegó a nuestras pampas, las piezas de chapa de hierro soldada pertenecen a su serie De la Ribera, que viene trabajando hace años.
Se mezclan aquí los viajes de este artista entrañable, apasionado y uno se anima a decir necesario, que después de pasar siete años en París, donde estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes, en la Sorbona y en la Universidad de Vincennes, decidió regresar.
"Cuando volví percibí que muchos de los viejos maestros se la pasaban postergando su obra: esperaban que el Estado o un coleccionista la financiara, pero eso nunca pasaba", cuenta el artista a Ñ. Recuerda además que como no estaba dispuesto a negociar la imagen de su obra, se lanzó primero a trabajar como orfebre hasta alcanzar una situación económica sólida que le permitiera empezar a meterse en la escultura de grandes dimensiones, solo, sin esperar financiamiento.
Así logró lanzarse con sus primeras piezas. Las influencias de Bastón pueden rastrearse en escultores como los hermanos Naum Gabo y Antoine Pevsner o en Max Bill. De composición constructivista, su obra incluye bisagras, simbólicamente potentes, que abren caminos que se alejan de la geometría pura.
Sus colosales volúmenes convexos, que evocan restos de barcos, son de una pesadez infinita: jamás volverán a partir. Esos bloques semiesféricos imponentes transforman el espacio que los rodea, volviéndolo denso, extraño. Hay melancolía en esos fragmentos encastrados de cascos de navíos. Son, por sí solos, más allá de su alusión, abstracciones que conmueven. Es que estas obras gigantescas desatan un espacio vertiginoso, resignificando la dimensión humana. "Con las obras grandes pude concretar el espacio dramático que yo buscaba; en estos bocetos no recibís todo el impacto dramático que tiene que tener la obra", dice Bastón Díaz.
Sin embargo, en esta nueva escala, sus obras no pierden contundencia. El tamaño de las piezas, que van de los 60 centímetros, la mayoría, a los dos metros de alto, que en su caso, con obras de más de diez, pueden considerarse pequeñas, invita a poner el foco en cuestiones diferentes, sin dejar de conmover. Se percibe la sutileza de las texturas óxido, la distancia milimétrica que separa los volúmenes, el equilibrio de las piezas, que a veces da la impresión de que se apoyaran en un solo vértice.
Cuesta apartar la mirada de estas esculturas, abandonar la sala.
A unos pasos, está la muestra de Roberto Aizenberg, con obras que van de 1950 a 1980, desde sus comienzos con el maestro Battle Planas pasando por el exilio. Un sello singular marcado por la poética de la metafísica y el surrealismo. Curada por Isaac Lisenberg, la muestra, con más de medio centenar de trabajos, recorre los temas que el artista abordó con distintas técnicas: como torres y personajes. Hay exquisitas esculturas, óleos con guiños al romanticismo nórdico, están sus características obras silenciosas y atemporales, con luz irreal potenciada por el tratamiento con veladuras, y no faltan pinturas de las que Aldo Pellegrini definió como "geometría metafísica".
Otra sala reúne las últimas adquisiciones que el museo compró en arteBA. Se destacan Abismo de Marcia Schvartz, exuberante mix de materiales rústicos y copia de glamorosos, una obra de Román Vitali y una fotografía de Nicola Costantino. De la artista, se presenta además Trailer, que lleva al formato video, con muy buenos resultados, el tema del doble.
Con una secuencia de imágenes que dura apenas algo más de tres minutos, pone el foco en ese álter ego, creado meticulosamente a partir de un molde del propio cuerpo y devenido sombra tétrica.
Continuamos hasta la sala que reúne una serie de dibujos en tinta del joven Kuitca, pertenecientes a la colección Estudio Lisenberg.
Están sus escenas bien teatrales, sus columnas y sus emblemáticas camitas. En su caso los dibujos no son bocetos: surgen casi siempre después de sus pinturas.
En una de las salas más grandes se exhiben las pinturas de gran formato de Eric Van der Grijn. Las otras tres muestras son las de los cordobeses Pablo Scheibengraf y Marisol San Jorge, y el II Premio AMEC de Fotografía, que ganaron Res y Esteban Pastorino, con premios adquisición de 12.000 pesos cada uno.
En la noche cálida, la banda sigue tocando en el jardín. Algunos se recuestan en el pasto, junto a las esculturas de Hernán Dompé, cuyas bases se transformaron en improvisados soportes para copas vacías. La gente sigue llegando.
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