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sexta-feira, 25 de dezembro de 2009
Bischof, el arte de fotografiar
BY REVISTA Ñ EL CLARIN B AIRES
Werner Bischof se sentía más artista que reportero gráfico. En el centenar de imágenes que se exhibe ahora en el Borges están las claves de esa creencia.
Una década le bastó a Werner Bischof para disparar su cámara con una intensidad que estremece. Eso es lo primero que se percibe al recorrer Bischof, el sueño de la verdad, que reúne más de un centenar de fotos –algunas inéditas– seleccionadas por Marco Bischof, hijo del fotógrafo, encargado de su archivo fotográfico y curador de la muestra. Son fotos que lo ponen a uno contra las cuerdas: revelan un modo singular de acercarse a los personajes, de capturar gestos y sentimientos. Un disparo milimétrico que sorprende a la realidad desprevenida.
La muestra es un completo recorrido por la obra de Bischof, que es también el de su corta vida y sus viajes. Arranca con sus primeras fotos de estudio, cuando ya estaba convencido: "Fue sólo una casualidad que la cámara y no el pincel se convirtiera en mi acompañante". Es que luego de estudiar fotografía en la escuela Kunstgewerbeschule nada menos que con Hans Finsler, viajó a París con la idea de iniciarse en la pintura, pero apenas estalló la guerra tuvo que regresar a Suiza. Después, se lanzó de lleno al fotoperiodismo: trabajó para las publicaciones más importantes del mundo y fue uno de los primeros miembros de la agencia Magnum, fundada por los legendarios Robert Capa, Henri Cartier Bresson, George Rodger y David Seymour.
Hay imágenes de la serie de fotos que tomó en la posguerra en Alemania, Hungría, Finlandia e Italia, entre otros países. "Entonces vino la guerra y así la destrucción de mi torre de marfil. El rostro del hombre sufriente se convirtió en el centro", escribió Bischof en su diario. Cada foto es un fragmento de las ruinas: personas convertidas en siluetas tétricas; el casco deshecho de un soldado entre los restos de un edificio. "Un tren de la Cruz Roja transportando niños a Suiza" nos acerca a la mirada perdida de unos chicos huérfanos húngaros. Sesenta años después, Marco Bischof se lanzó a la compleja tarea de encontrar a una de las niñas fotografiadas: filmó un documental donde incluyó su imagen, y –¿acaso artilugios del sueño de la verdad?– logró dar con ella.
No falta su famoso fotorreportaje sobre el hambre en la India, donde vivió seis meses. Publicada en 1951 en la revista Life, esta serie le dio fama internacional. Tan contundentes resultaron las fotos, que el gran Capa, al recibir los rollos para revelar, le escribió: "Sé cómo te sientes y es exactamente como nos sentimos todos cuando fotografiamos un episodio grandioso en la historia, sentimos que debiéramos hacer más y mejor. Pero lo que tienes es tan poderoso y tan bueno, que no pienso que valga la pena ir más allá". "Hambre en Dighiar", una de las fotos más conocidas de la serie, es una composición tan potente que uno no puede dejar de preguntarse si esa mujer implorante –una verdadera virgen devastada– es sólo resultado de la fotografía directa. Da la impresión de estar ante una pintura con luz bien teatral. Como si fuera necesario un respiro entre los golpes, el artista nos acerca también a una sutil bailarina de Bombay antes de la función y a una escuela de danza.
Las fotografías que tomó en Japón e Indochina son dolorosas y poéticas a la vez. Evidencian su destreza para vincularse con la gente: "Era un hombre con una gran sensibilidad, muy discreto: muchas veces antes de tomar una foto hacía dibujos –era un gran dibujante–, y recién cuando se establecía un contacto y un ambiente cómodo, tomaba la foto", comenta Marco Bischof.
Lo cierto es que Bischof lograba una empatía singular. Conmueve la imagen de un hombre, víctima de la explosión atómica de Hiroshima, que exhibe su desnudez desfigurada, o la de unos chicos esperando la llegada del emperador Hirohito. Los exteriores son pura melancolía, incluso en imágenes tan simples y bellas como una vista desde las alturas de Tokio o un secador de seda.
Algunas fotos son como pinturas. Eso se siente en "Camarín del streap-tease" (1951). Dos streapers japonesas se preparan para el show: una se arregla frente al espejo; la otra está tan abstraída que da la sensación de que sólo su cuerpo –que tapa pudorosamente– está allí. O en "Posada de agricultores", tomada en Hungría en 1947, que es como una bacanal pobre y pagana a puro claroscuro barroco, y en "Gente desempleada busca trabajo en la estación de tren", (Francia, 1954) por primera vez exhibida. Entre la bruma, una figura enigmática intercambia inesperadamente los roles, sorprendiendo al fotógrafo. Imperdibles.
La muestra se completa con una serie de fotos de México, Perú y Panamá, que van desde una íntima Frida Kahlo en su taller hasta imágenes de procesiones religiosas, la vida cotidiana y paisajes. No faltan sus fotos de EE.UU. composiciones bien dinámicas en las que experimentó tempranamente con el color.
Testigo clave de su época, Bischof reveló la compleja trama social. En Tokio, por ejemplo, puso el foco en bares de strip-tease, surgidos tras la ocupación americana. En Corea del Sur, capturó una imagen que cuesta olvidar: en un campo de prisioneros de guerra, los norteamericanos enseñan square dance a los prisioneros comunistas norcoreanos y chinos frente a una imponente réplica de la Estatua de la Libertad.
Es curioso: Bischof vivió bajo una aparente dicotomía. Sentía que "profundizaba demasiado la materia", que lo suyo no era periodismo: "En lo más profundo de mi ser, sigo siendo –y seré siempre– un artista", decía. "Fotógrafos de International Press cubriendo la guerra de Corea" condensa su inquietud por el trabajo del fotógrafo: el disparo de la cámara capaz de falsificar la realidad. "Cuando pienso –escribía– lo poco objetiva que puede ser una fotografía en ciertas circunstancias, entonces opino que la imagen puede ejercer una función tan falsa como la palabra".
Pero no hubo vértigo: cámara en mano, Bischof se lanzó al mundo. Y a pesar de que acaso no lo sospechó, atrapó el sueño de la verdad.
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