quarta-feira, 4 de novembro de 2009

A Literatura Agentina Bons Tempos



En la última Feria del Libro de Frankfurt, Mempo Giardinelli ofreció una mirada en perspectiva de la literatura nacional en un discurso que tituló “La Argentina en su literatura”. Bajo la idea central de que la literatura argentina goza de un momento extraordinario en los últimos años a pesar de no contar con figuras excluyentes o por eso mismo, se repasan aquí los caminos de la prosa, la poesía y hasta la literatura infantil.
Por Mempo Giardinelli
Desde la recuperación de la democracia, la literatura argentina pasa por uno de sus mejores momentos. Las últimas dos décadas han sido extraordinarias, si bien no tuvimos (y acaso por eso mismo) ninguna figura excluyente. Muertos Borges, Cortázar, Bioy Casares y Silvina Ocampo, y con personalidades emblemáticas más cercanas como Manuel Puig, Osvaldo Soriano, Olga Orozco y otros grandes narradores y poetas, quienes venimos a representar a esa literatura en esta Feria pertenecemos a una literatura que no vacilo en definir como mucho más plural y abarcativa.

Me agrada decir aquí en Alemania, una de las cunas del romanticismo, que la literatura argentina fue fundada por nuestro primer romántico –Esteban Echeverría– quien llevó de Europa a América las ideas que conmovían el pensamiento occidental de la época y sembró esas ideas en el Río de la Plata.

Su poema La cautiva y su cuento “El matadero” constituyen a Echeverría no sólo en iniciador de la literatura moderna en mi país, sino también en pionero del romanticismo social. Línea que confirmaron después López, Mitre, Mármol, Sarmiento, Hernández, Lugones, Arlt, Borges, Cortázar y muchos más, incluso hasta hoy. Podría decirse que la literatura de toda Latinoamérica nació bajo la impronta del romanticismo. El social y el sentimental.

Desde entonces la ciudad de Buenos Aires impuso su sello a toda esa literatura, como escenario total, casi único de la poesía, el cuento, la novela y el ensayo. Es la ciudad letrada, la ciudad europea transplantada por los inmigrantes, la ciudad civilizada que se impone a la barbarie gaucha. Eugenio Cambaceres y Lucio Vicente López primero; Lucio Victorio Mansilla, Miguel Cané y Fray Mocho después, afirman literariamente a una ciudad orgullosa de sí misma, que se autoconvence de su destino de capital cultural americana, y cuyas expresiones son decididamente urbanas, aunque representativas de un enorme territorio que casi todos creen vacío. Sobre los apenas cuatro millones de habitantes censados que tiene la República Argentina al empezar el siglo XX, un millón se concentra en el único puerto, y su gentilicio, “porteño”, será sinónimo de “argentino” en todo el siglo que viene.

El compadrito que luego consagró Borges en los años ‘20 y ‘30, el guapo y el malevo, son productos de la mixtura de sangres. Emanan de ese fervoroso mestizaje que consagra su propio ritmo, el tango, una de las pocas músicas populares del mundo (si no la única) que no nace en el campo, ni en cafetales o algodonales; que no se origina en paisajes bucólicos ni junto al mar; que no se refugia en las montañas ni es parida por los dolores de la explotación o la esclavitud, y que ni siquiera conoce cabalmente su verdadero origen.....
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